Estaba postrado en un árbol milenario, vine aquí por casualidad, tan solo quería darme un paseo y olvidarme de mis problemas, y resulta, que me he perdido, al pensar en mis cosas me desvié del camino estando en trance andante, solo estoy descansando un poco en este plácido y fantástico entorno, faltaban dos horas para que mi madre empezara hacer la cena, pero me quedé embelesado por lo que contemplaba…
El sol se desvaneció lentamente detrás de las colinas, el cielo reflejaba sus ultimo destellos, del color fuego estaba pintado el cielo, mientras el sol se hundía, allá por el horizonte, una oscuridad engullía ese fuego bello a lomos del viento, el joven y bello césped comenzó a bailar al ritmo del soplo crepuscular, las hojas del árbol que me cobijaba empezaron a cantar todas juntas, el viento que trae consigo la oscuridad, una brisa que me rozaba la cara como si fuera una acaricia de despedida.
Una vez que el sol se durmió, triste y desolado me quedé,
pues la únicas luces que se hayan en este lugar, son las pocas estrellas sin
experiencia en el firmamento.
A los pocos minutos me voy dando cuenta de que no era una despedida,
cabizbajo, fabriqué fuerzas para levantar la cabeza y ahí estaba ella, sin que
nadie le llamase apareció, redonda y fluorescente se alzó por donde desapareció
el sol, parecía que tenía prisa de llegar a lo más alto y que todo ser vivo la
contemplara, la miré fijamente, ya que es la única luz que me acompañaba,
cuando observé detenidamente, me fijé en una mueca como si fuera una sonrisa, será
mi imaginación pero si la noche es terror y oscuridad, ¿porque parece como si
estuviese sonriendo? Imaginación, fantasía o locura, lo que está claro es que con
la noche no finaliza el día. Todo visto
desde aquí arriba se ve realmente majestuoso, y pensar que gente enloquece en
las subastas por comprar cuadros de paisajes, cuando pueden venir aquí todos
los días y contemplar este cuadro de lo más realista. Soy un afortunado en
vivir en un lugar donde la naturaleza tiene más terreno que coches en la ciudad.
El prado estaba tranquilo, pero de pronto, gotas tímidas
cayeron del oscuro y brillante cielo, el viento se volvió un poco más
revoltoso, mi flequillo no podía parar de bailar junto a él, apoyado y sentado
en el árbol me encontraba, tan solo faltaba un suave sonido de violín o piano
para acompañar este fantástico momento, las luciérnagas se despertaron y
empezaron su actuación, todas abrieron sus alas y comenzaron su aleteo, estaba
rodeado de pequeños animales volátiles que me ofrecían su luz de guía para
poder volver a casa, una a una se apoyaban en mi cuerpo a partes desiguales,
ante la situación mire hacia la luna, sonriente y tranquila, miraba hacia el
infinito y con orgullo la miraba, en unos segundo de total silencio interior
dije susurrando; “Eres muy conocida pero poco admirada, vendré siempre a verte
desde este mismo sitio a darte las buenas noches, siempre que pueda”.
Escribiendo de madrugada me hayo en el árbol milenario, un
joven que después de cenar pone dirección al oscuro y tranquilo
prado, muchas personas piensan y tienen como religión que una vez el sol haya
desaparecido, no hay nada más que hacer durante el día. Si supieran que la
naturaleza nunca descansa, tal vez podríamos apreciar la belleza de la noche y
del día.
Con la llegada de la noche damos por concluido el día, con
la noche envolvemos nuestras acciones en un pestañeo y nuestro silencio en
sueños, y ese silencio lo liberamos en forma de lágrimas....
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